(De fugit irreparabile tempus)
Como campanas sobre el firmamente
que doblaran -¿por quién?- en ese día,
te escuchaba muy adentro, te sentía
como la eternidad de ese momento,
como el sol caedizo en el radiante,
como el viejo candil que ya no brilla,
como la mustia flor -rosa amarilla-
por la fugacidad de aquel instante.
Con las claras del alba, amanecido
un nuevo día, ardió entera la llaga
zahiriente de mi alma dolorida.
Sobre la cicatriz de mi vencido
corazón complaciente, la gran daga
del tiempo, sola, ahonda más la herida.
sábado, 9 de enero de 2010
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